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La leyenda de Tarzán – La reseña

La jungla llama de nuevo a un héroe salvaje retirado, que su grito se escuche lo suficientemente fuerte, es la cuestión.

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Se puede decir que esta película fue un experimento para su director David Yates, quien venía de dirigir cuatro películas de la saga Harry Potter (Order of the Phoenix, Half-Blood Prince, Deathly Hallows -Part 1, 2-) y que también está a la cabeza del spin-off Fantastic Beasts and Where to Find Them. Yates gozaba de un amplio reconocimiento con el cierre de la historia del mago elegido, por lo que a la hora de tomar las riendas de La leyenda de Tarzán, lo hizo sin muchas pretensiones, y eso se traduce perfectamente en la nueva versión fílmica del rey de la selva.

Escrita por Adam Cozad y Craig Brewer, basada en las historias originales de Edgar Rice Burroughs, la historia de La leyenda de Tarzán nos ubica en 1889 con el auge de la revolución industrial, una línea de tiempo posterior a todo lo básico que conocemos sobre Tarzán. La película no se enfoca en ilustrar los orígenes del rey de los simios, los cuales han sido parte de la cultura general desde el éxito de su primera novela publicada en 1912. Estos en cambio son narrados a través de una serie de recuerdos o flashbacks por parte de un ya civilizado Tarzán.

Alexander Skarsgard interpreta a John Clayton III, el Conde de Greystoke, señor de la mansión, esposo de la bella Jane Porter (Margot Robbie), que hace ocho años en la historia de la cinta era confundido por los nativos africanos como un espíritu maligno que volaba por los árboles y hablaba con los animales, hasta que se coronó como su salvador y decidió abandonar la jungla que lo había visto crecer junto a su alma gemela.

Es curioso que la primera imagen que recibimos de Tarzán en la cinta no es a la que siempre hemos estado acostumbrados, sino la de un hombre elegante y respetado miembro de la sociedad política de Gran Bretaña. Esto a su vez lo convierte en una celebridad entre los adultos y una atracción para los niños, quienes después de todo, al igual que nosotros, conocen los antecedentes de sus padres asesinados en la selva tras un naufragio y su crianza a cargo de los simios, además de las múltiples aventuras para defender sus territorios. Es decir, su leyenda.

No es una historia ajena y que incluso se une a la reciente versión live-action de El libro de la selva, cuya novela original de Rudyard Kipling data de 1894, ante lo cual podría haber sido el “primer Tarzán”, pero con lobos. El hecho es que el único heredero de la casa Clayton no tiene motivos para regresar a su vida salvaje, aunque su esposa Jane sienta con más fuerza el llamado de la selva, después de todo un lugar donde también creció junto a su padre profesor y lingüista en una tribu nativa.

Es ahí donde entra George Washington Williams (Samuel L. Jackson), antiguo militante de la Guerra Civil Americana, historiador y político (que existió en realidad), quien persuade a John de regresar al Congo para investigar los rumores sobre el Rey Leopoldo II de Bélgica, quien estaría utilizando esclavos africanos para extender su reino de terror en la nación. Todo ello parte de la historia real, en un sentido más trágico que por obvias razones no expone la película. Nunca vemos al susodicho rey, pero si a su emisario de confianza, el manipulador y psicópata Capitán Léon Rom, interpretado por el siempre adecuado ganador del Óscar y últimamente desperdiciado actor, Christoph Waltz.

El objetivo de Rom es conseguir el capital suficiente para financiar la campaña expansiva del Rey Leopoldo en África, por lo que llega a un acuerdo con el jefe Mbonga (Djimon Hounsou) de la tribu leopardo en la mítica ciudad perdida de Opar, quien le entregará los diamantes de su pueblo a cambio de la cabeza de Tarzán, por una razón legítima. Nunca vemos como tal la ciudad de Opar, pero Mbonga está lejos de ser el antagonista de la historia. Todo el peso recae sobre Rom, y a pesar de tener a un actor de la talla de Waltz, se siente que le queda faltando al personaje.

Quizás el mismo efecto de Spectre. De hecho, se pueden encontrar muchos paralelos en ambos personajes, cuando está claro que Waltz puede dar mucho más que aquel estereotipo del villano carismático pasivo-agresivo-sonriente.

Por eso no es de extrañar que una de las adiciones más interesantes a la familiar historia de Tarzán sea el personaje de Samuel L. Jackson, pero también una de las más conflictivas para la ficción realista que se nos presenta. El verdadero George Washington Williams viajó a través del Congo para exponer los horrores del comercio de esclavos en la colonia belga del Rey Leopoldo, una campaña de la muerte que dejó más de 10 millones de africanos asesinados, torturados, mutilados y esclavizados, algo que los libros de historia suelen omitir y que supera por mucho al propio Holocausto Nazi, sin justificarlo por supuesto. Leopoldo II fundó y explotó el Estado Libre del Congo cometiendo toda esta clase de atrocidades, ejecutadas principalmente por el verdadero Capitán Léon Rom, un hombre tan cruel y sanguinario que la actuación de Waltz no se acerca en lo más mínimo.

La figura de Williams se ubica junto a la de un ficticio Tarzán para ayudar a suavizar la típica ‘narrativa del salvador blanco’, término que las novelas de Tarzán ayudaron a forjar y que se extendió en el séptimo arte como algo habitual. Rescate de damisela, aventura, romance, casi todos los medios le deben esta trama genérica a las historias de Tarzán, y se sigue reflejando en cintas relativamente modernas como The Matrix, Avatar (Pocahontas), District 9 o hasta Django Unchained (en un caso particular). El hombre blanco elegido para salvar a una comunidad o raza oprimida.

Sin embargo y a pesar de su inclusión, Williams es notablemente inferior a Tarzán. Entre sus cualidades se anotan la de superviviente experimentado, pistolero infalible, valiente, combatiente de guerra y… compañero cómico. Así como el papel de Waltz recuerda a Spectre, el de Jackson recuerda a The Hateful Eight de Quentin Tarantino, y ambos personajes comparten rasgos en común. Su presencia en La leyenda de Tarzán es la solución para una película anti-colonización guiada por un salvador blanco apuesto y con abdominales bien marcados, pero no es lo suficientemente fuerte como para aligerar el conflicto racial tan reminiscente de nuestros tiempos actuales.

Y en una situación similar podríamos ubicar al eterno amor de Tarzán interpretada por la australiana Margot Robbie. Jane resulta en una representación ciertamente problemática cuando se trata de mujeres y conyugues en la gran pantalla. El papel de ella se balancea entre damisela en peligro y mujer autosuficiente de acción. Sabemos que Robbie también interpretará a la chiflada Harley Quinn en Suicide Squad, y parte de esa energía se nota cuando Jane de repente se encuentra con un pasivo, pero amenazador Capitán Rom.

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No importa cuán capaz y segura de sí misma demuestre ser, cuanto se rehúse a soltar una lágrima o gritar mientras se encuentra cautiva a manos de Rom, la película simplemente no encuentra un uso apropiado para Jane además del rótulo de damisela en peligro. Aunque sea tan valiente como para saltar a un río lleno de hipopótamos salvajes mientras está atada de manos. Algo realmente triste porque Robbie, la nueva consentida de Hollywood, tiene mucho para ofrecer al igual que sus colegas.

Por el lado de Alexander Skarsgard, quien por cierto es hijo del también actor Stellan Skarsgard (Dr. Erik Selvig en el MCU), encontramos un actor cuya premisa de Tarzán no lo hace ver ridículo mientras se balancea por las lianas de la selva o lucha contra feroces animales hechos por computador. Tal vez le falte un poco más de emoción a su encarnación del rey de la selva, pero esto puede entenderse si recordamos el contexto de Tarzán que nos presenta la película, uno que ya es leyenda y se encuentra retirado, pero que solo decide volver a la acción para proteger a su antigua familia y a su querida Jane.

En otras palabras, mientras las viejas películas de Tarzán (sin referencia a la animada de Disney) se tomaban el personaje con un tono más bien jocoso, Skarsgard le aporta la seriedad suficiente para hacerlo creíble, incluyendo el uso de pantalones. Otra de las características destacables es su relación con los animales de la jungla, tales como leones, elefantes, avestruces, y por supuesto simios, con uno de los cuales goza de una buena pelea. Eso sí, es inevitable que sus apariciones estén acompañadas por un enfoque a su esculpida musculatura donde refleja todos esos meses de gimnasio invertidos, algo que seguramente ellas agradecerán.

La leyenda de Tarzán es una cinta que nos cuenta los días posteriores a la vida como casados de Tarzán y Jane, reflejando a su vez la importancia de la familia para ambos. Aunque esto venga envuelto en un empaque de grandes actores desaprovechados en papeles poco ambiciosos, es una buena manera de recordar el instinto que todo humano tiene por volver a lo natural. Tomando algunos hechos históricos como base con obvios resultados inexactos, tal vez el mayor logro no se encuentra en la película como tal, sino en lo que aprendemos una vez ésta nos anima a profundizar en la trágica historia real.

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