Las expectativas hacia Doom Eternal no podían ser mayores. Cuando su predecesor —titulado simplemente Doom— despertó a la franquicia de su letargo en 2016, era justo lo que el mundo de los juegos de disparos en primera persona necesitaba. Las coberturas, salud regenerativa, mapas lineales y experiencias multijugador dominaban en estos títulos y nos habían acostumbrado a una forma de jugar metódica y pausada. Habían muy pocos juegos notables que se salieran de esa norma.
El título de id Software nos recordó que esta clase de juegos pueden ser rápidos e intensos. Devolvió el prestigio a las campañas para un solo jugador y nos forzó a estar siempre a la ofensiva. Su éxito no resulta raro, pues al retomar la filosofía que marcó el rumbo de los FPS, 20 años atrás, prácticamente reinventó el género.
¿Qué esperábamos de esta secuela? No buscábamos nada revolucionario. Solo que nos diera más velocidad, más violencia y más ‘metal’. Lo cumplió. Este nuevo juego es ‘mucho más’ que su predecesor.
De hecho, no solo es más. Es demasiado.
Doom Eternal es un título increíble en muchos aspectos, pero muchos no tendrán una experiencia completamente satisfactoria. A lo largo de su partida es fácil pasar por momentos de rabia y aburrimiento a otros en los que parece el mejor juego del universo.
De hecho, la primera impresión puede ser terrible, todo debido a la necesidad de vincular una cuenta de Bethesda al juego para disfrutar de muchas de sus características. Una vez superada esa molestia, vemos un menú en el que, entre muchas otras cosas, hay un ‘Pase de Batalla’ que no resulta muy diferente al de juegos como Fortnite. ¿Para qué carajos necesita Doom un pase de batalla?
Las cosas no mejoran al comenzar a jugar. Aunque hay que alabar el fantástico control que tenemos sobre el protagonista y lo bien que se siente el manejo de las armas, las primeras horas con Doom Eternal pueden resultar frustrantes. Además de las arenas de combate en las que la munición escasea, somos interrumpidos cada pocos minutos por constantes tutoriales. Así descubrimos la gran cantidad de sistemas que agregaron al juego. Aunque el anterior tenía ‘elementos modernos’ como coleccionables y un árbol de mejoras, su relativa simplicidad fue una de las razones por las que gustó tanto al público.

Pero en Doom Eternal tenemos sistemas sobre los sistemas. Además de las armas —cada una con tres sistemas de disparos diferentes— y la sierra eléctrica que nos provee de munición, tenemos un lanzallamas que hace que los enemigos suelten armadura, un ‘puñetazo sangriento’, granadas de fragmentación, granadas de hielo y al menos tres ‘super armas especiales’. Eso es solo a nivel de combates. En los menús tenemos árboles de mejoras para cada modificación de cada arma, mejoras para la armadura y runas que nos otorgan diversas ventajas.
¿Cuál es el problema? ¿Acaso la variedad no es algo bueno? Sí, pero no cuando resulta tan abrumadora. Este no es un juego solo de velocidad y reflejos, sino de administrar recursos. Mientras batallamos contra montones de enemigos tenemos que estar atentos a la munición, gasolina de la sierra eléctrica, posicionamiento de cada tipo de demonio y la recarga de múltiples habilidades. No basta ser ágiles, hay que ser estratégicos. Aunque esto tiene su gracia, no tiene la pureza jugable que representa a Doom.
No ayuda que varios enemigos requieran acciones específicas de nuestra parte. Los Cacodemonios pueden aturdirse al arrojar un explosivo en su boca. ¿Qué pasa si la granada no ha cargado o no adquirimos el disparo explosivo para la escopeta? Tendremos que malgastar mucha munición para quitárnoslos de encima. Son varios los enemigos que nos piden atacar sus puntos débiles, de modo que pueden interrumpir el ritmo del ‘ballet de destrucción’ que debería ser cada arena.

Todo esto suena mal, pero eventualmente las cosas comienzan a encajar. El aumento del arsenal alivia los problemas de munición y otras habilidades facilitan el apuntar a puntos débiles. Tal vez requiera personalizar los botones y bajar la dificultad. Doom Eternal ofrece un buen reto incluso en su más baja dificultad. Cuando los sistemas se dominan, los combates resultan más divertidos que nunca. Es cuestión de superar las primeras horas. Algunos de ustedes ni siquiera tendrán este problema y podrán adecuarse inmediatamente al nuevo estilo. Depende de cada uno.
Algo que ayuda a mantener el interés a pesar de los problemas es su calidad técnica. El juego corre con una fluidez impresionante. Los diseños de enemigos son muy buenos y las animaciones, especialmente de las ejecuciones, son excelentes. Los escenarios son variados y ofrecen vistas infernales, espaciales y apocalípticas muy evocadoras. El diseño de niveles es excelente, al menos inicialmente. Hay oportunidades de exploración para encontrar montones de secretos y ofrece retos de plataformas que, aunque a veces no son más que relleno, no resultan tan molestos como en otros títulos en primera persona.
A pesar de que la experiencia mejora lo suficiente como para hacernos amar el juego, las últimas horas de la campaña traen nuevos problemas. Los combates se vuelven repetitivos, el diseño de las arenas deja de sorprender y los sistemas se siguen acumulando. Las últimas armas que conseguimos se presentan como herramientas de último recurso, pero las municiones son tan escasas que el juego prácticamente ‘nos dice’ cuándo usarlas. La presencia de un nuevo enemigo, el Acechador, arruina el ritmo de varios combates, pues nos obliga a enfocarnos en él para atacarlo en los pocos momentos en que es vulnerable o nos arriesgamos a tener que repetir combates muy largos. Doom Eternal no deja de ser divertido, pero se alarga más de lo necesario y no vuelve a alcanzar los puntos altos de la mitad de su desarrollo.

Tristemente, la historia es otro elemento negativo. El anterior Doom tenía una trama mínima que aprovechaba para convertirse en una sátira de la historia de este tipo de juegos, hacer una crítica social contra el capitalismo y burlarse de la cultura laboral de las oficinas modernas. Doom Eternal se toma a sí mismo más en serio de lo que debería. Transforma su trama en una épica interplanetaria con diferentes razas, sociedades y objetos de nombres raros. La mayoría de la historia está relegada a un códice en los menús y todavía hay un poco de crítica anticapitalista en ella, pero interfiere demasiado en el desarrollo natural del juego y no resulta interesante ni sorprendente.
Si nos cansamos de todo esto, podemos echar unas partidas en ‘Battlemode’, su multijugador. Es un modo 2-vs-1 en el que dos jugadores controlan demonios y se enfrentan a un tercero que controla al ‘Doom Slayer’. Puede ser muy entretenido y controlar a diferentes demonios aporta una buena dosis de variedad, pero no es más que una distracción breve. Aquellos que le dediquen más tiempo podrán subir de nivel un ‘Pase de Batalla’ para desbloquear iconos, títulos y apariencias. Pero la presencia de estos elementos se siente forzada. Si Bethesda de verdad quiere convertir a Doom Eternal en un juego-como-servicio va a tener que rebalancear este modo de juego y hacerlo mucho más atractivo.
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Reseña hecha con una copia digital de Doom Eternal para PlayStation 4 brindada por Bethesda.
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