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El placer de los juegos malos

¿Y qué si al mundo no le gusta?

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El gusto de cada persona es muy diferente entre si, como los colores, pues lo que para unos es un juego muy entretenido para otros no genera la misma emoción y más bien cierta apatía. Pero existe una especie de consenso global a la hora de definir qué títulos por mayoría de votos son joyas de la historia y cuáles están condenados a cargar por toda la eternidad con la piedra de la vergüenza.

Nunca faltan quienes gusten nadar contra la corriente y sobresalir con palabras como ‘sobrevalorado’ para juegos usualmente laureados por la crítica. A todos nos pasa, tenemos derecho a decidir qué juego nos gusta y cuál no merece la aclamación de las masas, aunque sea una lucha en vano y jamás se logre cambiar la forma de pensar de las personas.

Porque la terquedad es eso que en parte nos hace humanos.

¿Así que cómo podría alguien atreverse a disfrutar un juego que para todo el planeta es considerado malo? ¿O cómo podría aquel si quiera asegurar que X o Y título no es tan bueno como todo el mundo dice que es?

Pero no hablamos únicamente de los típicamente considerados juegos malos, como E.T. the Extra-Terrestrial para Atari 2600 o Superman para Nintendo 64. Eso no es ni la punta del iceberg, sino únicamente un cliché -y no es por defenderlos, porque en verdad son malos-. En algún momento y por pura curiosidad me pareció cautivante recorrer los incipientes aires de la ciudad Metrópolis virtual propuesta en ese infame juego de Superman, pero más por la fascinación de qué tan mal puede resultar un desarrollo conflictivo.

Aunque cueste creerlo, existe cierto ‘placer culposo pero a la vez sin culpa’ por los juegos malos. Alguien tiene todo al derecho a decir que no le gusta Red Dead Redemption (2010), pero no sería para nada coherente que esa misma persona afirmara que siente «placer culposo» al jugarlo, porque sencillamente no es un juego malo por muy poco que le guste. En todo el globo no lograría reunir la suficiente cantidad de personas que refutaran a los que afirman que es un buen juego.

En su lugar, si puede haber gente que diga disfrutar cualquiera de los Grand Theft Auto que salieron para Game Boy Color, adaptaciones técnicamente admirables por introducir los mismos mapas originales de GTA y GTA2 en la portátil de Nintendo, pero terribles de jugar como ellos solos, especialmente porque conducir no se siente como tal. Juegos malos, pero con cuotas de placer para la persona indicada, no para un amplio grupo.

Ni siquiera era culpa de la consola, porque la adaptación de Driver en game Boy Color demostró que se podían hacer títulos de ese estilo con vista de pájaro y que la conducción no sufriera, pues era lo más importante al fin y al cabo.

Tal vez el gusto que se adquiere por los juegos malos es con el objetivo de ver hasta dónde son capaces de llegar en su maldad, no como para invertirle más de 30 horas, pero si con algo de curiosidad que raya en el morbo. Ni siquiera para analizarlos y definir en qué fallaron -porque fallaron en todo-, sino por el simple gusto de hacerlo.

Resulta llamativo que una buena cantidad de juegos que caen en esta categoría pertenecen a la era 3D. Podemos decir que E.T. es lamentable y seguro lo es, como muchos otros de la burbuja de Atari. Pero en la tercera y cuarta generación de la industria, la de NES, Master System, SNES y Genesis, son más los exponentes decentes que los deficientes.

Los pasos de bebé hacia el entorno 3D son los que nos dieron juegos a los que hoy se les atribuye la etiqueta de «no ha envejecido muy bien». Esta es la misma razón por la cual consolas como NES Classic Edition y SNES Classic Edition desaparecieron de los estantes en las tiendas, mientras estos mismos distribuidores no sabían qué hacer con PlayStation Classic. Con solo un par de títulos de renombre (FFVII, MGS) incorporados y la gran mayoría juegos ejemplares de lo feo que luce el 3D de los noventa en pantallas modernas.

No todos conservan un CRT de 21 pulgadas e imagen nítida en la sala de sus casas, y los que si es porque tenemos un humilde museo de consolas retro que de otra forma no podrían utilizarse decentemente.

PlayStation, Nintendo 64, Sega Saturn, estos sistemas no solo son anfitriones de grandes franquicias sino de muchos de los juegos que en pleno 2020 pueden considerarse maquiavélicos. No solo un daño para la vista, exagerando, sino una ofensa para los dedos que osan controlarlos. Aún así puedes encontrar gente que goza de los muchos plataformas 3D en la primera consola de Sony, pese a que su calidad fuese más bien elusiva con las debidas excepciones.

Este tema viene a colación a propósito de Dragon Ball Z: Kakarot, cuya belleza gráfica y elementos apreciables deja pensando sobre cómo un juego inferior hace lo que el moderno no. Dragon Ball Z: The Legacy of Goku, del año 2002 para Game Boy Advance, fue una propuesta muy similar pero más limitada respecto a Kakarot, no solo por contar la historia de Goku sino por decantarse sin éxito hacia un tipo de juego como The Legend of Zelda.

Pero el primer The Legacy of Goku es malo. No tiene mucho en cuenta el mundo de Dragon Ball como si lo hace Kakarot en detalle, guardadas las proporciones, pero irónicamente incluye un Camino de la Serpiente en el Otro Mundo (con caída al infierno y todo) que por alguna ilógica razón los desarrolladores de DBZ: Kakarot prefirieron omitir.

Eso no le quita a The Legacy of Goku lo mal diseñado, pero lo hace más placentero a la hora de revisitar, como una especie de complemento al juego decididamente mayor que es el recién lanzado por Bandai Namco Entertainment. Quizás lo más lamentable en el título de Game Boy Advance no es su poco esforzado desarrollo, sino la manera en que Goku puede fácilmente ser derrotado por serpientes o lobos.

Para más placer, supongo.

(Spoiler Alert: sus dos secuelas mejoraron exponencialmente)

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