Tal vez la vida es como Final Fantasy

VIII, para ser puntual. Por supuesto: lo digo porque entre más experiencia se adquiere, más difícil se vuelve el juego.

Mi sospecha inició en el colegio, cuando me hice consciente de que ninguna etapa de la vida es mejor que la anterior; de que esos años de olores extraños y clases de siete a eme eran los mejores que iba a tener alguna vez. La promesa de libertad de la vida universitaria me parecía poco convincente; ser libre es sinónimo de rendir cuentas y eso no podía ser mejor que estar pegada al MTV de los noventas y preocuparme únicamente por qué iba a pensar la siguiente vez que me masturbara. Oh la juventud.

Agregaré que tampoco me funcionó el asunto de la religión; esa promesa de que la vida se vuelve peor hasta que bang, llega una recompensa perpetua. Eso se debe a que desde pequeña hice un cálculo sencillo, pero devastador. Advertencia: siguen reflexiones sensatas. Quienes no deseen cuestionar sus ideologías alegres cierren los ojos ahora.

Mi descubrimiento fue trivial: el mundo está lleno de personas que creen en toda clase de religiones, que siguen miles de sectas extrañas, y se toman a pecho toda suerte de filosofías. Que creen con ce mayúscula. Algunos llegan a extremos de devoción y llevan su delirio a la práctica, con resultados que van desde no comer carne por considerar sagradas a las vacas, hasta tomar veneno colectivamente o estrellar aviones contra centros de comercio. Miren al suelo. Háganlo. Allá, al otro lado del mundo, hay gente profundamente convencida de que los profetas son otros, de que otras cosas son prohibidas y de que la existencia se debe a otros creadores. Personas tanto o más convencidas que su tía más rezandera. Mi deducción fue que la convicción es algo natural para los hombres, pero que nunca me serviría para creer realmente en una religión particular.

Ya pueden abrir los ojos. Ahora que mi sospecha sobre el paralelo entre Final Fantasy y la vida se ha convertido en toda una teoría, no me ha quedado más remedio que aferrarme a la inmadurez. Ese es mi plan: arrastrar tanto como pueda mis primeras edades, y esa forma desapegada de vivir que caracteriza a los que todavía no tienen idea de qué es una multa de conducción, una prueba de embarazo positiva, una hipoteca. La abstinencia de la cocaína, el funeral de sus más queridos.

Mientras todo el mundo habla de evolucionar, como si su vida fuera una iteración más de Pokèmon, yo voy a hacerme la desentendida y a huir de cada conflicto que pueda empujarme a la etapa siguiente. Voy a encontrar una forma de atravesar el juego sin pasar por esas batallas que parecen hacerle todo más complicado a los demás.

Mi plan de reserva es convertirme en una espectadora ausente, como Squall. Como cualquier personaje de Rol. Como cualquier personaje de videojuego. Pero especialmente Squall. ¿Se han dado cuenta de que durante la mayoría del juego está muerto?

El creador de la hipótesis lo explica mejor en Squallsdead.com y agrega capturas de pantalla para sustentar sus conjeturas. Al menos comprueba que con un poco de ingenio y html, incluso algo tan plano como las tramas de los videojuegos puede convertirse en material narrativamente interesante.

 

como nota final, contaré a los miles de lectores nuevos de esta publicación que ya había escrito para ella el año pasado, por ejemplo cuando durante una semana me convertí en la sombra de un gamer a punto de competir en un torneo local, o cuando estuve inútilmente enamorada del periodista más rudo de todo Japón. Un clic en mi nombre muestra otras columnas y crónicas.