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Overland – Reseña

Nadie dijo que el post-apocalipsis fuese misericordioso.

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Un nuevo día comienza, un inicio cargado de esperanzas en un mundo que no quiere ver a la raza humana sobrevivir. Nadie sabe cómo ocurrió ni de dónde vinieron, pero aquellas entidades rocosas con tentáculos se agrupan como enjambres de insectos dispuestos a acabar con lo que se les atraviese.

Son sensibles al ruido, le huyen al fuego, están por todas partes, emergen del suelo, son como insectos. Malditos insectos.

De barba y cabello blanco como la nieve, piel morena que contrasta apropiadamente con su pelo, Sol estudiaba sistemas pero tiene una memoria terrible. Él es uno de tantos aleatorios supervivientes en este salvaje nuevo mundo. Un Estados Unidos en ruinas y con escases de recursos, donde el combustible vale más que el oro y los autos siguen siendo imprescindibles.

En algún poblado de la Costa Este, Sol investiga y busca gasolina junto con su herido compañero, quien de repente se ve rodeado por dos criaturas que determinan el final de su acorralado camino. No es una decisión fácil, pero Sol sabe que es la única que puede tomar si quiere ver un día más de vida. Rellena el tanque de un auto cercano, enciende el motor y pisa el acelerador, “lo siento”, se dice a sí mismo mientras el cuerpo de su compañero queda atrás ante las ya desinteresadas criaturas.

Ni siquiera lo devoran –al fin y al cabo son como entidades de roca–, pero aunque no sean carnívoras, viven en función de exterminar cualquier organismo que genere ruido, seguramente para nutrir el subsuelo y continuar con el ciclo de la epidemia de tentáculos.

En su camino hacia la Costa Oeste, Sol cruza otro abandonado pueblo a bordo del rescatado auto, divisando a lo lejos un transeúnte que espera algo más que un aventón, un colega de armas. Tomar la decisión de llevar a un extraño no deja de ser riesgosa, pues nunca sabes si en verdad necesita ayuda o solo quiere hacerse con tus provisiones. Sol decide invitarlo, no sin antes aprovechar un fugaz momento para tomar el cercano bidón de gasolina, tiempo que le pasa factura al extraño.

Su nombre es Colton, quien en ocasiones actuaba como villano en obras teatrales locales y también extraña el helado. Poco antes de subirse al auto como copiloto, Colton es herido por una de las criaturas; se hubiese podido evitar pero tampoco se puede culpar a Sol. Ambos continúan su travesía con un poco más de combustible recuperado, pero seguros que necesitan mucho más para avanzar hacia el Oeste, además de un kit de medicamentos.

En esa condición, Colton solo puede moverse y hacer la mitad de lo que podría en óptimas condiciones. Al siguiente día llegan hasta el poblado de Albert Ridge tras concluir que en un supermercado de la zona podrían tener suerte, pero un encendedor, una bengala y un tubo como arma son su único botín. El carro no presenta mayores esperanzas, cualquier ataque de uno de los insectos significaría su fin. Por fortuna, acorralar a las criaturas e impedirles el paso es una opción, excepto cuando pasado un rato sus refuerzos hacen temblar el suelo y es necesario escapar.

No quedan muchas opciones, el combustible es poco, pero Sol y Colton eligen avanzar tanto como la precaria salud de éste último y el auto lo permitan. En la autopista, se encuentran de frente con dos bidones de gasolina. Es como si el destino generado por procedimientos se los hubiese puesto justo ahí, o como si fuese la carnada perfecta de los rocosos insectos con tentáculos, ya que un enjambre de ellos está a la espera de los movimientos del par de humanos.

Sol no lo piensa mucho, decide bajarse e intentar tomar los bidones. Colton se queda en el auto. Ambos han sido emboscados.

Pronto, Sol descubre que no tendrá el tiempo suficiente para tomar el combustible, llenar el tanque del auto y escapar. Colton también sabe esto, así que cuando ve a dos criaturas delante del vehículo, decide encenderlo y atropellarlas. Heroicamente lo logra, pero esto genera que el auto se prenda en llamas y no le dé tiempo a Colton de salir, pues ya está demasiado herido y agotado. Sol ve horrorizado cómo el auto explota con su temporal compañero, mientras las criaturas se siguen agrupando y dejándolo sin salida.

El día está por terminar, el camino de Sol también. Un aguijón cruza su pecho y cae de espalda contra el pavimento a pocos metros del carbonizado auto. La noche aleja la luz del día y el sol se pierde.

Un error que lo cuesta todo

Petra fue rescatada por Deon, un joven músico que no la juzgó, cuando ella le confesara que en el mundo antes del caos robaba cosas para sobrevivir. Los tiempos no han cambiado mucho para ella, sigue siendo nómada, pero solo se arrepiente de haber evitado tantas visitas al odontólogo. El post-apocalipsis no es un buen lugar para un dolor de muelas.

En uno de los tantos abandonados sitios urbanos se encontraron y recogieron a una herida Mina, cuya única posesión era una planta en su maceta. La cuidaba como si fuese su mascota. Los tres se abren paso hasta Willow Orchard, donde se levanta un bloqueo como su único obstáculo para dejar el Este. Petra decide tomar un palo de madera y encenderlo en un barril cercano con fuego, mientras que Deon y Mina se ven obligados a abandonar el auto con la presencia de criaturas merodeando.

Las pocas que había al llegar se multiplican con los minutos, por lo que Dean prefiere hacer explotar el auto para ganar tiempo y espantarlas. Lamentablemente, la onda de choque lo golpea y resulta herido, tal como ya estaba Mina. Petra pelea fieramente contra los bichos de piedra, pero son muchos. Sin auto ni posibilidad de ayudar a sus compañeros, también afectada por el ataque de un insecto, elige escapar y seguir su camino…

Hasta que un desconocido error bloquea el juego. Inexplicablemente antes de eso los tres resultaban escapando y esquivando a las criaturas, pero Overland simplemente determina que no era válido el escape de Petra –por error de juego, no de mecánica–. Los archivos de guardado son automáticos y ocurren después de cada turno, por lo que no hay forma de reversar los efectos. Para evitar el error e iniciar una nueva partida, ya que las muertes de estos protagonistas aleatorios son permanentes, la única vía es dejar que Petra, Deon y Mina mueran.

La experiencia de cada jugador es distinta, estos personajes y escenarios es probable que no se repitan en otras partidas, debido a su generación por procedimientos. Pero dicha clase de errores solo le suman cargas a una dificultad del azar elevada por ruleta, más no por diseño dedicado. Hemos de suponer que un post-apocalipsis es duro, pero lo es un poco más cuando el sistema decide por sí mismo las reglas e impone limitaciones no del todo válidas.

O puede ser cuestión de suerte y que no exista tal cosa como el destino.

Overland
6.8/10 Nota
Lo que nos gustó
-Ambiente agobiante de viaje de carretera en un post-apocalipsis.
-Cada pequeño mapa superado se siente como una gran victoria personal (pese a los recursos obtenidos).
-¡Perros!
Lo que no nos gustó
-El modo fotográfico tiene mejor manejo de cámara que el principal (rotación/aumento).
-Sistema de guardado ineficiente.
-La generación por procedimientos como ejecución de doble filo.
-Minimalismo impráctico del menú de acciones.
-Error crítico de estabilidad.
En resumen
Overland es de esos juegos cuya primera impresión, de lento y esforzado progreso pero rápida y fácil derrota, puede generar decepción y frustración en los jugadores al punto de abandonarlo tras una fulminante partida. Otros verán el potencial de perseverar y luchar hasta llevar su equipo de extraños a la Costa Oeste. Pero en un mundo sin recompensas significativas y pocos alicientes de progreso real, con eterna falta de combustible, deja de ser entretenido ver cómo una y otra vez el enjambre de insectos se alza con la invasión a través de compactos y limitados mapas.

Reseña hecha con una copia digital de Overland para Nintendo Switch brindada por Finji.

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