2013 fue el año que Naughty Dog pausó por un momento el mundo de Uncharted para sumergirnos en un posapocalipsis de hongos cordyceps que arrasaba con la civilización. El juego original de PlayStation 3 ha recibido remasterización, ‘remake’ y secuela, mas la historia base sigue siendo la misma. En su tiempo se contempló The Last of Us para convertirse en película, pero fue HBO la cadena que optó por hacerla su próxima gran serie.
Neil Druckmann, director creativo y escritor del juego original, unió esfuerzos con Craig Mazin –creador de la miniserie Chernobyl también para HBO– para traer a la vida la historia de The Last of Us. El beneficio de tener a su creador involucrado en la serie es que la adaptación no sufre por cambios abruptos sino que pasa por un proceso de transformación. El lenguaje de los videojuegos y la televisión son diferentes, pero esta es una historia que facilita a sí misma su conversión.
No funcionaría igual sin la música del compositor Gustavo Santaolalla, que escuchamos en una nueva recreación a través del intro de la serie. Uno que ilustra a la perfección la infección del cordyceps de forma animada. A diferencia del juego y de manera autónoma, la serie comienza mucho más atrás en la línea de tiempo hacia 1968, donde en un debate televisivo discuten sobre la letalidad de una posible pandemia. Ni una bacteria ni un virus estarían tan cerca de amenazar la humanidad, como un hongo parasitario por primera vez visto en hormigas.
Esta abertura da paso a una serie de sentimientos encontrados de incertidumbre. No solo por el tono realista que maneja, sino por el poco tiempo que nuestro mundo ha pasado desde que se expandió una pandemia global real que dejó una enorme cantidad de víctimas. Aunque no con la tasa de mortalidad y peligro vistas en The Last of Us, ninguna pandemia es un caso leve. Que el segundo juego saliera justo en el primer año de mayores índices de contagio no deja de ser incómodo. O catártico, según cómo se vea.
Pedro Pascal como Joel Miller se apropia rápidamente de su rol paternal, no que sea un tipo de papel muy ajeno al actor chilenoamericano. Mientras la historia del juego da inicio el mismo año de su lanzamiento –en 2013– en la serie decidieron rebobinar una década y arrancarla en 2003. Por este motivo la trama principal, 20 años después, se lleva a cabo en un alternativo 2023 no del todo disonante. El enfoque en la primera parte del episodio 1 de The Last of Us recae sobre Nico Parker como Sarah, la hija de Joel.
Esto es justo y necesario dada su leve participación de la que tenemos control en el juego de Naughty Dog. Las escenas con Sarah nos ayudan a visualizar esos pequeños momentos de presunta calma previa a la tormenta. No son sutiles, mas ayudan a construir la atmósfera y tensión que conforman el futuro apocalipsis de infectados. Algunos detalles la serie los ha expandido, como el reloj dañado o los vecinos de Joel y Sarah. Una de dichas escenas hace alusión al «primer zombi», momento icónico presentado por otras obras del género como Resident Evil.
Cuando el caos se desata, acompañados por Gabriel Luna como Tommy, hermano de Joel, apreciamos una recreación mucho más explosiva que la del juego. La vista se mantiene al interior del vehículo como si del juego se tratase y generando el mismo estrés al espectador por los peligros del exterior. Se siente similar a una escena de escape en La guerra de los mundos (2005) con Tom Cruise y Dakota Fanning, incluida la pregunta sobre si las explosiones tienen que ver con terroristas –dado el año de contexto después del 9/11–.
El choque del auto también ocurre pero su causa es mucho más devastadora. En un punto posterior el juego opta por unos cuantos callejones, infectados y disparos de Tommy, mientras que la serie elimina esto a favor de la escena más emotiva de The Last of Us. Su paso a la acción real es igual de emotiva e impactante y la que ayuda a forjar una imagen empática de Joel, por lo menos hasta esa parte de la historia.
20 años después vemos cómo los escritores han tenido que hacer los ajustes necesarios para no limitar la narrativa alrededor de una inexistente jugabilidad. Anna Torv como Tess es el personaje que sirve de guía al espectador en este nuevo mundo posapocalíptico, tal como en el juego. Si bien su introducción ocurre de manera distinta, en esta ocasión se implica una relación más cercana de Tess con Joel que mantienen en bajo perfil. Merle Dandridge repite su papel como Marlene, la única actriz con dicho mérito tanto en el juego como en la serie.
La zona de cuarentena de Boston militarizada por FEDRA (Agencia federal de respuesta a desastres) imita a su contraparte y deja claro su régimen, en el que todo humano infectado es eliminado en el acto. El grupo rebelde de las Luciérnagas a la cabeza de Merle hace aparición, pero su intención sobre una Ellie (Bella Ramsey) esposada puede parecer confusa, mención a Riley incluida (Left Behind). Todos esos pequeños segmentos no vistos en el juego –tanto Tess, Merle y Ellie– sirven como una suerte de precuela, complementando la historia en lugar de reescribirla.
No vemos mucho del grupo de mercenarios que Joel y Tess atacan en busca de sus armas, pero la consecuencia final al reunirse con Merle es la misma. Esto quiere decir que la serie no presenta chasqueadores «activos» en este primer episodio ni esporas que obliguen el uso de máscaras, secciones dedicadas a Joel y Tess antes de conocer a la sardónica Ellie. Por el momento la serie The Last of Us de HBO sigue de forma muy cercana la historia del juego con los necesarios ajustes de camino y actuaciones apropiadas por parte de sus protagonistas.
Lo que sigue fuera de la zona de cuarentena es un espinoso recorrido por el otrora centro de Boston con rumbo al capitolio. Los edificios derrumbados y una tormenta son el preámbulo de un segundo episodio que nos presentará a los chasqueadores en carne y hueso (?) con sus escalofriantes quejidos. Por ahora, el camino pinta muy bien… es decir, para nosotros como espectadores, no para Joel, Ellie ni Tess. 🍄
The Last of Us se puede ver a través de HBO Max.
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